MUNDO MACHANGO

BATALLA 2: Canto de Cuervos





Batalla: Canto de Cuervos
Turnos: 6
Diferencia de puntos de victoria: 50


¡¡GANAN LOS NOMUERTOS!!


Despliegue Inicial


Los Nomuertos ocupan todo el campo de batalla

Los orcos avanzan "sutilmente"

Los Nomuertos intentan envolver


Los orcos cargan con todo lo que pueden

El flanco izquierdo orco es un martillo

Los espectros y la falange esquelética se quedan cortos

Y los orcos terminan el trabajo


Cap. 2: El canto de los cuervos

El cazador de brujas extendió el brazo para ofrecer una taza de infusión caliente al campesino, que la agarró con ambas manos sin pensárselo dos veces. La llevó frente a su rostro y aspiró los vapores para reconfortarse con el olor. Era lo único caliente que había probado en semanas. Delgado, sucio y agotado por el cansancio de haber atravesado bosques y llanuras a pie, al fin podía disfrutar de un momento de paz. Aún temblaba, pero aunque la noche era gélida no lo hacía de frío. Temblaba de miedo.


El cazador de brujas se inclinó sobre las llamas de la chimenea para azuzar el fuego y, sin darse la vuelta, con el rostro rígido y sombrío, como esculpido en la fría roca de una cueva milenaria, dijo:

-Bebe, caliéntate. Cuéntame con calma eso que antes balbuceabas. Luego tendrás una ración de pan y leche si has obrado bien. Desde el principio. 

-Sí, señor -y bebió largamente, entornando los ojos de puro placer cuando la bebida le inundó las entrañas-. Cuervos, señor. Decenas, yo diría que cientos. Estábamos arando los campos cuando los oímos llegar. Tommy, el hijo de la señora Mara se subió a una loma y dijo que había una nube negra sobre las colinas, bajo El Miradero. Corrimos a ver qué decía. Cuervos, señor. Decenas, yo diría que cientos, volando a poco más de un metro del suelo. Volando y posándose sobre aquellas cosas. Cuervos, señor.

El campesino bebió a sorbos nerviosos.

-¿Aquellas cosas? -inquirió el cazador de brujas, mientras le lanzaba una mirada furtiva. 

-Muertos, señor. Eran cadáveres, pero andaban. Podridos y despedazados. Era el alimento de los cuervos. Comían sus ojos, sus labios y hasta sus entrañas, pero ellos ni se inmutaban. Seguían avanzando en silencio -hizo una pausa larga en la que nadie habló. Luego continuó-. Graznaban y chillaban como poseídos por alguna magia oscura, señor. Revoloteando con un frenesí de muerte.

-¿Cuántos cadáveres? -dijo el cazador. Pero el campesino pareció no escucharle.

-Y de pronto levantaron el vuelo todos a la vez, cuando el sonido de un cuerno se derramó sobre las colinas y las montañas, e hizo temblar la tierra, mi señor. Algo más horrible si cabe venía desde el norte. Orcos, señor. Decenas de orcos estaban presentándoles batalla con un ejército.

-¿Cuántos cadáveres había? -volvió a preguntar el cazador, acercándose al campesino lentamente.

-No lo sé, señor. No sabría decirlo. Los cuerpos se amontonaban uno sobre otro mientras avanzaban, como una fosa común ambulante. Los orcos eran apenas unas decenas, eso sí sabría decirlo, pero los muertos eran muchos más, porque los rodearon. 

-Dime, ¿qué ocurrió en la lucha?

-Los muertos, señor. Engulleron a los orcos. Los malditos pielesverdes se retiraron al caer la noche, pero los muertos no se detuvieron. Les siguieron al norte, con su paso lento y tambaleante. Y los cuervos volvieron, ¡oh sí! Volvieron mi señor -y volvió a hundir la cara en los vapores calientes de su bebida-. 


El cazador de brujas se mantuvo en silencio un buen rato. Luego se sentó frente al campesino, quitó la taza de sus manos, y la colocó sobre la mesa. 

-Has venido desde muy lejos para contarme tales hechos, y te lo agradezco. Pero no alcanzo a comprender cómo es posible que hayas preferido venir hasta aquí que proteger a tu familia de los muertos, que se arrastran sobre vuestras tierras como una plaga enfermiza. Sé que no existe amo que os controle. No hay castillo ni fortaleza allí. Sois un pueblo libre.

El cazador de brujas se levantó y emprendió un corto paseo por la habitación, hacia la ventana. Mirando a través de ella, continuó hablando. 

-Dices que los muertos no han tocado a los tuyos. Han continuado su camino hacia el norte. Llevo más de veinte años combatiendo a sus funestos generales, esa escoria que utiliza la magia más detestable de cuantas existen para traer a la no-vida a los que antaño perecieron. Y sé perfectamente que un pueblo, por pequeño que sea, es una valiosa ocasión para incrementar su número. Ningún nigromante despreciaría tal recurso. 

La habitación permanecía en silencio. El cazador de brujas no apartaba la mirada de la noche que prosperaba en silencio, más allá de la ventana.

-Dime, ¿qué pacto has hecho con ese siervo de las tinieblas? ¿Por qué has venido a mí? Sé que los rumores de la visita de un cazador de brujas crecen rápidamente en varios kilómetros a la redonda, pero has tardado los días justos. No me has buscado, sabías dónde estaba. ¿Qué has pactado con ese sucio nigromante? ¿Acaso matarme?

En ese momento, tras el cazador de brujas se escuchó un sonido metálico y un estertor. Luego un golpe seco. El cazador apartó la vista de la ventana con lentitud, como si le diera miedo hacerlo, y contempló el salón. El campesino estaba en el suelo, muerto. Una espuma verdosa le salía de la boca, y su rostro se contraía en una mueca de dolor, con la que permanecería eternamente. Junto a su mano, una daga con mango de hueso, roído y amarillento, brillaba en el suelo. 



El cazador de brujas recogió la taza que le había dado al campesino y la arrojó al fuego de la chimenea. Un extraño fulgor esmeralda pareció elevarse entre las llamas. Luego se atavió con su largo abrigo negro, abrió la puerta y se perdió en la oscuridad de la noche.