MUNDO MACHANGO

COFRADÍA CÍRCULO DE SANGRE


Con motivo del concurso organizado por Last Bullet Games, nos decidimos a presentar nuestra cofradía para su juego "Círculo de Sangre", un reglamento abierto que permite la inclusión en una banda pequeña de cualquier tipo de miniaturas. Os enseñamos el trasfondo y las reglas que presentamos al concurso. 

ESPADA DE METAL NEGRO
Sir Allys dio un fuerte golpe con el puño sobre la mesa, haciendo que todos aguantaran la respiración. El escriba, que registraba a toda velocidad cuanto decía el interrogado, dejó la pluma en el tintero con celeridad. Todo quedó en silencio, con los ecos del estruendo resonando aún en los tímpanos.

-Señor Delrue, ¿cree usted que llevo dos días como capitán y oficial al mando de la Guardia Estatal? –dijo Sir Allys-. Es bien cierto que usted es capitán de navío mercante desde hace muchos años, más incluso de los que yo llevo vistiendo este uniforme. Pero no me diga más sandeces, por los Cinco. ¿Acaso ha visitado más tabernas de las que debiera?

El capitán miró a uno de los dos guardias que flanqueaban la silla en la que estaba atado el interrogado, y éste le negó con la cabeza. Luego, continuó hablando:

-¿Me está diciendo que un grupo de enanos ha secuestrado su nave? ¿Acaso piensa que soy idiota?

-Sí, mi señor –el hombre titubeó-. Es decir, no pienso que sea idiota, ni mucho menos, señor. Pero sí, lo han hecho esos enanos.

El interrogado era un viejo lobo de mar, muy entrado en años. Ya no crecía pelo bajo su pequeña boina, que se ponía calada hasta las orejas. La piel sobre sus cejas y en torno a la nariz parecía caérsele a jirones por la acción del salitre y el sol, y los labios, secos como la piedra, estaban cubiertos de costras y saliva seca. Sus ojos se hundían en las cuencas, y no podía saberse con claridad si estaban abiertos o cerrados, y en consecuencia si mentía o decía la verdad.

-Comprendo bien lo ridículo que parece. Comprendo que parece el desvarío de un viejo alcohólico como yo no niego ser, pero no es ni una cosa ni la otra. Tenga a bien escucharme. 

Sir Allys hizo un gesto al escriba, que volvió a coger la pluma entre sus dedos huesudos. Luego, el anciano marinero continuó: 

-Fui varado por una especie de falucha que no tenía más que humo gris y espeso de
arboladura. Apareció por derrota y ni viento ni marea frenaban su avance, pues no era madera sino
de hierro de lo que estaba hecho su casco.

-¿Un barco sin velas ni remos?

-Sí, mi señor. Aunque más pareciera la cresta de un arrecife que hubiera cobrado vida y se moviera hacia nosotros. Los marineros se inquietaron, y tuve que arriar la vela y rendir el barco. Nuestra sorpresa fue que a cubierta subieron tres marineros en parlamento. Tres enanos, para más señas. Su capitán se hacía llamar conde . . .

-¿Conde? ¿De qué tierra? –inquirió Sir Allys. 

-Del mar, mi señor. Conde del Mar es lo que me respondiera cuando yo la misma pregunta le hice.

-Eso es un disparate. ¡No hay fronteras ni propiedades, ni títulos nobiliarios siquiera, ya sea humanos, enanos o élficos que tengan validez en las aguas!

-Eso es lo que me dijo. Y el tal conde no parecía firme, sino un fantoche educado en demasía, porque además hablaba en verso.

 

Sir Allys lo miró con los ojos a punto de salírsele de las órbitas. Dio un breve paseo por la lúgubre habitación con las manos detrás de la espalda, para intentar mantener la compostura. Sólo apartó la vista del suelo para mirar a través de la ventana, cuyos barrotes fragmentaban la visión panorámica que desde aquella altura había del Puerto de Lis y todo el barrio de La Ratonera. Sobre la bahía de Lor Muil, la silueta de una bandada de pequeñas gárgolas se recortaba sobre un sol que era poco a poco engullido por las aguas, a aquellas horas anaranjadas.

-¿Vienen de Aughrum? –dijo al fin.

-No lo sé, mi señor. Quizás sí. Pero no portaban banderas del Rey. Su estandarte era una espada negra cruzada bajo una calavera del mismo color, que ondeaban sobre un campo blanco como la leche, mi señor. De ahí que pensara que eran piratas.

-¿Y eso de hablar en verso? –dijo Sir Allys sin apartar la mirada del ir y venir de los mercantes que navegaban por la bahía-. ¿Recitaba algún poema gormalés? ¿Algún poema de Corak?

Los guardias palidecieron un momento al escuchar ese nombre. El escriba se detuvo, pero Sir Allys le lanzó una mirada furtiva para indicarle que no dejara de escribir. Había mencionado el nombre del dios de la Muerte, pero bien era cierto que muchas de las manifestaciones poéticas de todo Farenhell tenían que ver con él.

-No, mi señor. Eran de cosecha propia. No es que recitara versos aprendidos, es que hablaba en verso, como si yo hablara ahora mismo con usted añadiendo rimas a mis palabras. Llegué a preguntarle, no sin toda la cortesía de la que es capaz un viejo criado en el mar como yo mismo soy, la razón por la que hablaba así. Y esto me contestó:

¿Que por qué hablo en verso?
¡Porque me da la gana!
Y porque soy el conde
y no por antojo
visto negra vaina en la cintura,
que esconde, bajo su abrigo,
hoja de más negrura.
Pobre del loco que la desate,
porque le escojo como enemigo,
No quiera ver, en mi enojo,
el arrojo de mi combate.

-No quiera ver, en mi enojo, el arrojo de mi combate –repitió Sir Allys en voz baja.

-Entonces uno de mis marinos no pudo contener una carcajada, pues aquello era en verdad ridículo. En realidad, hasta justo aquel momento pensé que había rendido el barco en vano, ante una pandilla de payasos. Pero el capitán enano desenvainó un sable de metal negro como el ónice y me lo puso sobre la garganta. Dos de mis marinos, los más valientes, se lanzaron contra los enanos.


Uno de ellos alzó dos pequeñas anclas de bote, de cuyo arganeo salían dos cabos que se ataba a las muñecas, de modo que al lanzar las anclas éstas le volvieran a las manos con sólo tirar de ellas. 
Entonces lanzó tales armas y las clavó hasta la cruz en los pechos de mis marineros. Y por los Cinco que escuché quebrarse sus costillas antes de que cayeran fulminados. El otro enano no tenía armas, pero sus puños eran como dos martillos de herrero. Hasta veinte de mis hombres acudieron a salvarme, y veinte de ellos cayeron bajo sus manos desnudas.

-¿Y por qué debo suponer que usted y otros tantos salvaron la vida? –preguntó Sir Allys.

-Le hablé con respeto, señor. Me tomé muy en serio sus amenazas, a pesar de tan cómico aspecto. Vi morir a hombres con los que había compartido años en alta mar. Además, durante mis viajes he leído mucho a ciertos autores de relevancia, como Paxtor de Meihem y Ferhiel de Alderai. Pese a la apariencia de mis modales, supe conversar con él. Tuve que usar mi ingenio más que mi espada, pero conseguí salvar la vida.

-¡Ya basta! Esto es completamente ridículo –repitió Sir Allys-. No existen los enanos que naveguen de esa guisa el mar, ni que practiquen la piratería viajando en el vientre de engendros metálicos que ellos mismos construyen. Nunca un hombre hubo inventado historia más ridícula para esconder sus crímenes. Permanecerá aquí hasta que decida confesar la verdad. ¿Dónde está su tripulación? ¿Por qué abandonásteis el mercante? ¿Dónde está la mercancía? ¡Debe usted mucho dinero, maese Delrue!

El interrogado bajó la mirada mientras negaba con la cabeza. Sir Allys hizo un gesto, y tanto el escriba como los guardias salieron de la celda delante de él. Uno de ellos se detuvo para cerrar la pesada puerta con un enorme candado.


Sir Allys llamó al escriba a su despacho. Sirvió dos copas de vino rosado midarí de las cosechas tempranas, y le pidió que se sentara junto a su mesa. Después de que ambos dieran un largo sorbo, el capitán de la Guardia Estatal comenzó a hablar:

-No puedo entregar estos informes a la Triada. Se reirían de mí. 

-Me temo que sí, mi señor. Y sin embargo . . .

-¿Cuántos casos tenemos ya? –interrumpió Sir Allys. 

El escriba rebuscó en una carpeta llena de documentos de la que, de cuando en cuando, extraía uno. Sir Allys se acomodó en el asiento, haciendo crujir el respaldo del sillón. Echó un vistazo sobre su mesa, llena de papeles. La mayoría eran informes de la creciente actividad sombría de la ciudad, que los diferentes oficiales de distrito dejaban allí durante su ausencia, a fin de que él los revisara. Y había muchos. Demasiados para una noche.

-El caso del capitán Delrue y la Bienvenida es el quinto caso documentado, mi señor –respondió al fin el escriba-. Sería un sexto si consideramos el caso de la Angustiosa, que apareció en la bahía a la deriva y sin carga ni tripulación.

-Y todos relatan lo mismo –afirmó Sir Allys.

-Sí, mi señor. Un capitán pirata enano versado en las artes de la literatura y la oración, que acude en parlamento con dos de sus mejores guerreros, capaces de acabar con una tripulación entera de aguerridos marineros.

-¿Y qué se dice en La Ratonera?

-Poca cosa, mi señor –respondió el escriba con desdén-. La única tripulación que sobrevivió al completo fue la del coronel Vandar, que por ser hombre de letras y buena familia supo parlamentar y hasta, según cuenta, devolver los versos al capitán pirata.

No quiera ver, en mi enojo, el arrojo de mi combate, pensó Sir Allys.

-Pero Vandar se ha embarcado en misión hacia el Reino Alto –continuó el escriba-, y por ser militar es hombre discreto. Los supervivientes de los otros asaltos, como bien sabe por ser orden suya, permanecen recluidos en los calabozos.

-No puedo permitir que esos piratas versados lleguen a la bahía –dijo Syr Allis con sumo desprecio-. Y la verdad, desconozco por qué no lo han hecho ya si poseen una nave de metal, que resiste la embestida atronadora de una salva de cañón. Demasiados problemas tengo ya en la ciudad, con esos horribles seres emergiendo de las entrañas de la tierra y esos mercenarios de las Cofradías peleándose por un puñado de centellas.



Sir Allys titubeó. Andó por la habitación, pensativo. No quiera ver, en mi enojo, el arrojo de mi combate, pensó una vez más. Al cabo de un rato, con el escriba expectante sobre la decisión que iba a tomar, habló de esta manera:

-Equipemos un barco señuelo. Un mercante. Que viaje a sotavento hasta pasado el abrigo de la bahía, y una vez allí continúe de estropada arriando velas, casi como si se hallara sin gobierno. Que pase así el tiempo que sea necesario, sin que caiga en la deriva.

-¿Organizo un destacamento de los mejores hombres de la Guardia Estatal, mi señor? ¿Y cómo han de armarse los cañones en un barco sin puentes artilleros?

-No –respondió Sir Allys rápidamente-. Los hombres de la Guardia son necesarios en Gormalak. Constituiremos una tripulación con los restos de las que fueron abordadas. No todos, pero sí unos cuantos. Delrue será capitán del barco.

-¿Señor? ¿Qué tiene ese barco de señuelo, entonces?–preguntó el escriba, lleno de dudas-.

-Quiero que a ese falso mercante suba un grupo de filósofos y poetas, elegidos de entre los mejores de Gormalak. Por fin daremos un uso a esos malnacidos de lengua ágil y viperina. No quiero soldados.

-Un barco de . . . ¿pensadores y artistas, mi señor? –preguntó el escriba, casi sin creerse lo que estaba escuchando.

-Sí, gente de tu calaña. Gente de letras, versados en las artes de la palabra y la retórica. Personas que sepan leer y escribir, y que además dominen el enfrentamiento dialéctico. No tengo efectivos militares para destinar a la búsqueda de unos piratas, pero tampoco estamos en situación de perder más cargamentos. Esto debe solucionarse antes de que los rumores de semejantes personajes se derramen por La Ratonera como el agua sucia de sus alcantarillas.

-Y –dudó el escriba-, cuando semejante tripulación encuentre a los enanos, ¿qué deben hacer?

-Parlamentar. Deben retar al capitán en combate verbal, y con sus habilidades ganarle al estúpido juego al que juega ese maldito enano. Deben explicarles lo que sucede en los cimientos de esta ciudad podrida, en cuyas calles las vidas se agitan como los engranajes herrumbrosos de un reloj mal calibrado. Ofrecerles un trabajo, aquí en Gormalak. Como una Cofradía.

-Señor, con el debido respeto –se apresuró el escriba-, ¿por qué razón iban estos enanos a abandonar su vida en el mar para enfrentarse a los peligros nacientes de Gormalak? 

-Porque tras estos muros no sólo hay muerte, o bolsas bien llenas de dinero. También hay gloria.