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SITHIS: ALBA GO BRAGH


PRIMERA GUERRA DE INDEPENDECIA ESCOCESA

La historia de las guerras de independencia escocesa es uno de esos cuentos clásicos de la vieja Europa, y cuyo trasfondo ha sido copiado por tantas obras de ficción. Es un escenario lleno de traiciones, casualidades fatales y desenlaces heróicos, muchas veces visto como un símbolo de la lucha del pueblo contra un opresor más poderoso.

En 1286, el Rey de Escocia Alejandro III, muere al caerse del caballo durante una travesía. Se había casado con Margarita de Inglaterra, hermana de Eduardo I, para asegurar un tratado con el país anglosajón. Con ella había tenido tres hijos: Margarita, quien fue destinada a sellar la paz con la corona noruega al casarse con el rey nórdico, Alejandro y David.

ALEJANDRO III - MARGARITA INGLATERRA
Margarita - Erik III de Noruega (Margarita I de Noruega)
Alejandro 
David


Pero las cosas empezaron a torcerse. Aquejada de una terrible enfermedad, Margarita de Inglaterra muere en el 75, haciendo tambalearse los cimientos de la paz con Inglaterra. Sólo seis años más tarde, el pequeño príncipe David muere, y a éste le sigue su hermana Margarita, en Noruega, dejando una pequeña niña como descendencia (Margarita I).

Pero el hecho fatal se produce en 1284, cuando Alejandro, primogénito y sucesor de la corona de Escocia, fallece. Alejandro III no tardó más que un año en buscar una nueva esposa para engendrar un sucesor. Pero para sorpresa de todos, lo hace con Yolanda de Dreux, hija de nobles franceses. Suponemos que al que fuera hasta entonces su cuñado, Eduardo I de Inglaterra, en guerra constante contra Francia, no le habría sentado demasiado bien...

Entonces ocurre la desgracia: Alejandro III se cae del caballo accidentalmente y se mata, dejando a Escocia sin un descendiente claro. Existían dos alternativas, pero un cúmulo de desastres van a encadenarse de forma fatal.


Yolanda de Dreux, que estaba embarazada, pierde a su hijo y heredero natural al trono en un extraño aborto. Quedaba entonces aquella pequeña niña, Margarita I, hija de la unión entre las coronas de Escocia y Noruega, que vio morir a su madre pocos años antes en el país nórdico. La niña es reclamada rápidamente en Escocia para ser coronada reina.

Eduardo I movió rápidamente ficha y prometió a su hijo Eduardo II con esta niña, para asegurar la anexión de Escocia. Pero en el viaje por el mar del norte, la nieta de Alejandro III, única heredera que quedaba viva, muere misteriosamente aquejada de salud débil.

Ocurre a veces en la historia, incluso en la vida de uno mismo, que parece que por mucho que intentes modelar el curso de los acontecimientos, éstos se precipitan en una dirección que en muchas ocasiones se antoja casi prediseñada. A todas luces, da la impresión de que la guerra en Escocia era algo inevitable.


Las reacciones en toda la isla se desencadenan. Los nobles de Escocia del sur (los downlanders), bajo el
estandarte de la casa Bruce, reclaman el trono. En el norte (highlanders), la heráldica de los Comyn también lo reclama. Justo en la frontera entre las Highlands y las Downlands, los Balliol también reclaman la sucesión.

Pero más al sur, Eduardo I de Inglaterra, creyéndose con derecho a la corona porque su hermana estuvo casada con el último rey vivo, también se interesa por el trono. El pifostio ya estaba montado.

Las guerras en toda Escocia se suceden. Guerras entre clanes y nobles que apoyan las causas de uno u otro
aspirante, muchas veces cambiando de bando según sus intereses. Sólo Eduardo I, quizás ocupado con las guerras con Francia, permanece en un relativo margen. Y decimos relativo, porque el movimiento estratégico de Eduardo I no fue otro que el de apoyar a los Balliol. Lógicamente, un apoyo a una de las casas evitaba el desgaste de las tropas de Inglaterra.

En 1292, John Balliol es coronado Rey de Escocia con el consentimiento y bendición de Inglaterra. Pero pronto se da cuenta de que no es más que un títere de Eduardo I. Agotado por el reclamo de hombres e impuestos por parte de la corona inglesa para las guerras contra Francia, Balliol busca el apoyo de los galos en una arriesgada traición. Pero Eduardo I es informado por los espías de la corte de este acercamiento, y ordena la inmediata invasión de Escocia. En la batalla de Dunbar, en 1296, con la impresionante caballería de Lancaster actuando como ariete contra las filas de los escoceses, el ejército de Balliol es masacrado.

El rey de Escocia, John Balliol, es apresado y se le condena al exilio en Francia. Automáticamente, ahora sí, Eduardo I reclama el trono vacío de la tierra que antaño fuera propiedad de los pictos.


Inglaterra derrama sus tropas por Escocia. Soborna a los nobles escoceses con tierras y apoyo, y Escocia
empieza, poco a poco, a rendir pleitesía a Eduardo I. Pero casi de súbito, de forma inesperada, estalla una revuelta. En el norte, Andrew de Moray estaba elevando un ejército de Highlanders que pretendía sacudir el yugo inglés. En el centro, un joven campesino llamado William Wallace desata y lidera a un grupo de insurgentes que causa verdaderos estragos en los puestos avanzados ingleses. Y en el sur, Robert de Bruce, que por diversas líneas sucesorias está considerado como el más apropiado para elevarse al trono de Escocia, aprovecha tales acontecimientos para posicionarse contra Eduardo I. Éste, que creía el frente escocés estabilizado y se hallaba guerreando en Francia, decide enviar un gran ejército a Stirling, centro del país, para sofocar la rebelión.

El resultado fue una gran derrota inglesa que no hizo sino llamar la atención de Eduardo I sobre Escocia.
Prometiendo a su hijo Eduardo II con la hija del rey francés, Isabel, aseguraba algo de paz con los galos, y Eduardo I pudo centrarse al fin en combatir aquella revuelta que se había convertido ya en la guerra de independencia escocesa.