MUNDO MACHANGO

BATALLA 5: El Despertar


Batalla Quinta: El Despertar
Turnos: 6
Partida a: 2000 puntos

¡¡GANAN LOS NOMUERTOS!!



RESULTADOS FINALES: 
Puntuación de los Orcos: 5
Puntuación de los Nomuertos: 6

Los Nomuertos ganan la campaña.

Despliegue

El clásico asalto orco, sin sentimientos.
Los Nomuertos permanecen inmóviles

La serpiente alada se lanza a romper las líneas nomuertas.

Los Nomuertos cierran la trampa. Un auténtico cepo

La Vampiresa al asalto. El flanco fuerte de los nomuertos
termina el trabajo. Los orcos barren el flanco izquierdo

El inesperado acierto del lanzacráneos sobre el héroe en
carro determina el fin de la batalla.

Sin posibilidades para los orcos, los nomuertos se
adueñan del campo de batalla y los exterminan
Cap. 5: El Despertar

El viento soplaba con fuerza en la gran llanura, en la que sólo se elevaba, poderoso, un obelisco negro de gran tamaño. Ningún árbol jamás visto le igualaba en altura, y cada uno de sus lados era tan ancho como la torre de una fortaleza. En el cielo, las rojizas nubes del atardecer parecían arremolinarse en su cúspide, como apresadas por un influjo invisible.

Gorak sitió su corazón orco latir con fuerza. Había recorrido un largo camino hasta allí. Su fiel general, Grozko, vuelto a la vida por las artes oscuras del shamán, permanecía a su lado. Inmóvil. En silencio.

Cada una de las caras del obelisco estaba grabada con innumerables símbolos, desconocidos para Gorak. Se detuvo un momento para estudiarlos, pero no lograba comprenderlos. A lo lejos podría oír su campamento. Ante la ausencia de sus jefes, los soldados estaban peléandose otra vez.
 Quizás sea culpa de ese gigante, pensó. No trae más que problemas.

Sacudió la cabeza como para alejar esos pensamientos que pudieran despistarle, y así concentrarse en el obelisco. Aquellos símbolos, aquella piedra fría. . . Era de una factura tan perfecta, que no parecía haber estado construido con bloques. Parecía hecho de una sola pieza, como si hubiera caído del cielo y se hubiera clavado en la tierra, o justo lo contrario: como si una voluntad oscura lo hubiera hecho emerger de los abismos para desafiar el poder de los dioses.

Gorak estuvo un buen rato tocando su superficie, deslizando sus dedos entre los glifos tallados en alto y bajo relieve, pronunciando palabras prohibidas y tratando de canalizar su energía. Pero no había forma. Nada ocurría. El viento seguía soplando con fuerza y golpeándole la cara con virulencia. A su lado, como un espantapájaros inerte, el viejo Grozko, con el rostro contraído por un dolor de más allá de este mundo, permanecía en silencio.

Entonces se le ocurrió. La llave, pensó. La llave me ha traído hasta aquí, en ella estará la solución a este
enigma. Buscó nerviosamente en su fardo, y al notar el tacto del cofre se sintió aliviado. Abrió la pequeña caja y extrajo la llave. La examinó con vehemencia, fijándose en cada detalle, cada muesca. Cualquier cosa que pudiera relacionarla con el obelisco le daría alguna pista. Pero no encontró nada. 
Levantó entonces la mirada para volver a examinar la construcción, y sintió un acceso de terror. Porque a pocos centímetros de él se hallaba la forma de un hombre, ataviado con una máscara mortuoria y un sudario negro envolviendo todo su cuerpo. Pese a ser alto y de constitución robusta, se apoyaba en un báculo con una joya tallada en forma de calavera engarzada en un extremo, de la que salían dos alas de murciélago forjadas en cobre. Gorak no lo había escuchado aproximarse, quizás por el fuerte sonido del viento. Grozko permanecía inmóvil. 


-Dame la llave, orco -dijo el hombre con una voz de ultratumba. 
-¡Apártate de mí!
-No comprendes lo que haces. No sabes quiénes somos. Entrégame esa llave y márchate de aquí.
-No voy a ir a ninguna parte. Esta llave me pertenece. Y no me asustas. Domino los siete saberes de la magia y un ejército me espera al otro lado de las colinas -dijo Gorak.
-La llave no es tuya. Se la arrebataste a nuestra señora mientras dormía, y su sueño se ha postergado ya
demasiado tiempo.
-¡La obtuve de una mujer muerta! Si hubiera dormido la habría matado.

El hombre rió con una voz inhumana. Tras de sí, en la lejanía, un ejército no-muerto pareció emerger de la nada. Filas y filas de esqueletos y cadáveres descarnados avanzaban hacia ellos con paso tambaleante. Gorak hizo un gesto a Grozko, que partió de inmediato al campamento orco. 

-¿Así que crees dominar las artes de la nigromancia por controlar a ese títere? No eres más que un iluso.
Entrégame esa llave y evita el sufrimiento de los tuyos.

Pero justo cuando Gorak se dispuso a contestar, quedó paralizado. Había mirado de soslayo una de las paredes del obelisco y creído ver, entre toda la maraña de glifos y grabados, un bajorrelieve con la silueta exacta de la llave. El shamán orco no perdió más tiempo y se lanzó hacia el obelisco. El extraño hombre envuelto en el sudario no hizo ademán de detenerle. 

La llave encajó a la perfección en el hueco, y el suelo pareció entonces convulsionarse. El viento cesó de improviso, y el aire se volvió pesado y sofocante. El hombre del sudario rió nuevamente con inhumana malicia.

El instinto de supervivencia del shamán le alertó de que algo no iba bien. Intentó recuperar la llave haciendo palanca con las uñas, pero parecía haberse fusionado con la piedra. Gorak sintió un acceso de terror. Los glifos de las paredes del obelisco parecieron licuarse y unirse, como formando una capa homogénea. Las aristas de la construcción se redondearon formando un enorme cilindro, y toda la estructura comenzó a girar sobre sí misma. El obelisco, transformado en una enorme espiral cilíndrica de piedra negra como una noche sin luna, atraía el aire y las nubes hacia su centro. 


Gorak no podía creer aquel prodigio. Tuvo que afianzar sus pies en el suelo para no ser engullido por la atracción del enorme cilindro. Pronto oyó tras de si cómo su ejército se acercaba, y sintió ganas de salir corriendo y refugiarse en su seno.

-Gracias, orco. No tienes idea del poder que has despertado. 

De pronto, detrás del extraño hombre, a lo lejos, un pálido fulgor emergió de las líneas de combate no muertas. Una luz fantasmal cubrió a los cadáveres andantes, y un horripilante aullido femenino se derramó por la llanura. Cuando Gorak alzó la vista acertó a ver a una mujer suspendida en el aire, como flotando, envuelta por un halo espectral y con el rostro contraído por la ira. Era como un ángel maléfico caído del cielo. Feroz, pero hermoso. 

-Esa mujer que ves sobre nosotros no es una mujer cualquiera. Es Snedja. Mi señora, tu verdugo. Es la que hubo de conocerse hace mucho tiempo como la Bella Muerte. Y por las tierras del sur cabalgó a lomos de su negro corcel dirigiendo ejércitos más grandes de los que ningún hombre jamás pudo imaginar. Yo soy su siervo, y he traído su cuerpo hasta aquí, a las lejanas tierras de Gemn, para despertarla de nuevo.

Gorak no llegaba a comprender totalmente el significado de aquellas palabras. Había conducido a su ejército hasta aquellas tierras inhóspitas hechizado por el influjo de una magia desconocida, mucho más poderosa de lo que jamás hubiera imaginado. Sabía que estaba sentenciado, y sin embargo, el ruido de los tambores, de los gritos de su propio ejército acercándose, despertó en él el viejo orgullo guerrero de los orcos. Sacó su espada y arremetió contra el hombre del sudario con todas sus fuerzas. Pero aquella figura se desvaneció en el aire como una nube de ceniza. Al no golpear nada sólido, y por la propia inercia del movimiento, la espada se le escurrió de las manos y se lanzó contra el obelisco, que no paraba de girar. Y éste pareció engullirla para siempre.

Sonaron los cuernos de guerra. Los ejércitos se encontraban frente a frente. Gorak corrió hasta sus filas presa del pánico. Sabía que nada podría hacer esta vez. El enemigo les duplicaba en número. Aquella peregrinación, aquella campaña de saqueos y pillaje, de grandes batallas y grandes masacres había terminado. Pero no iba a morir sin luchar.