MUNDO MACHANGO

SITHIS: III GUERRA PÚNICA


La devastadora Segunda Guerra Púnica cambió por completo el panorama hegemónico del Mar Mediterráneo y colocó a Roma como, ya no la principal, sino la única potencia regente en cuestiones militares. Todas las civilizaciones bañadas por sus aguas bailaban a ritmo romano. 

Los cartagineses, tras declarar su rendición, aceptaron un cúmulo de condiciones muy desfavorables, como el hecho de conceder la independencia de Numidia (hasta ahora, su aliado principal)  el pago de deuda de guerra y la imposibilidad de luchar sin el consentimiento de Roma. 


No obstante, Cartago se reinventó a sí misma. Dejando de lado sus pretensiones militares (más por obligación que por otra cosa), pusieron todos sus esfuerzos en mejorar, todavía más, su aspecto comercial. Así que, aun regidos por Roma, las actividades comerciales de los cartagineses les proporcionaban gran riqueza y prosperidad. 
Catón, senador romano de aquella época, quedó impactado cuando viajó a Cartago y vio semejante riqueza. Receló de ella y argumentó en el Senado que había que eliminar Cartago, pues tal poder económico desembocaría irremediablemente en una nueva declaración de guerra a Roma, y Roma no podría hacer frente. 


Sin embargo, muchos senadores pensaban que una guerra con Cartago sería prescindir de un pilar económico muy preciado en el Mediterráneo. A muchos de estos senadores se les consideraba untados por el dinero cartaginés, mientras que los que apoyaban la tesis de Catón eran considerados belicosos y poco inteligentes. Como ves, el debate era constante en el Senado.


Pero ocurrió que, justo al término del tratado con Roma, los númidas atacaron una provincia cartaginesa. Los fenicios les plantaron cara para defenderse, y aunque perdieron la batalla, en Roma saltaron todas las alarmas. ¿Estaba Cartago volviendo a las andadas? La sombra de Catón cayó sobre el Senado, y finalmente autorizaron el inicio de la guerra.

La estratagema romana era clara: habían propiciado el asalto númida a los cartagineses para dar un casus belli. Más tarde sería más que evidente cuando los cartagineses intentaron evitar por todos los medios el conflicto prometiendo tributos, acciones de paz, etc, y Roma se negó en redondo a aceptar términos. La única condición que los italianos estaban dispuestos a aceptar era la de trasladar Cartago 15km tierra adentro y destruir su emplazamiento actual. Evidentemente, esto suponía perder el contacto con el mar y por tanto su medio de vida, así que los cartagineses se negaron.

Comenzó entonces el asedio de Cartago.


Pero los cartagineses iban a vender cara su piel. Trabajaron día y noche en la defensa de la ciudad, forjando armas, construyendo armas de asedio y elevando un ejército digno de combatir a un enemigo tan feroz como Roma. Durante los primeros dos años, los italianos fueron rechazados. La flota romana era incapaz de bloquear el abastecimiento por mar, así que Cartago gozaba de recursos más que suficientes para sostener el asedio.

En Roma, el Senado se impacientaba. Decidieron entonces enviar a Escipión Emiliano, nieto adoptivo de aquél que consiguiera derrotar a Aníbal años atrás, y la situación cambió radicalmente. Insufló una nueva disciplina a los soldados romanos, derrotó al ejército cartaginés que le plantaba cara fuera de las murallas, y en un golpe maestro consiguió establecer un bloqueo marítimo en el actual Golfo de Túnez, controlando toda actividad naval con sus galeras.


Cartago había sido aislada, con lo que el asedio podía completarse al fin. Después de un duro invierno con falta de reservas alimenticias y tras sufrir un brote de enfermedades que diezmaron sus fuerzas, los cartagineses se prepararon para recibir el asalto romano.

Fue devastador. Valiéndose de maquinaria de asedio como torres de asedio, escorpiones, onagros, catapultas y arietes, Roma penetró las tres líneas de muralla cartaginesas y entró en la ciudad. Allí se movieron a sangre y hierro, demoliendo edificios, matando a todo ser viviente y avanzando sin descanso.


Alrededor de 50.000 cartagineses se refugiaron en el templo de Eschmún, en los altos de la sagrada colina de Birsa, y allí pidieron clemencia a Escipión. Después de quemar a los líderes cartagineses, Escipión cargó sus galeras con prisioneros fenicios, que ahora se convertirían en esclavos de Roma. Así, ricos y grandes señores fenicios fueron condenados a una vida de servidumbre en una villa romana.


En tres años, Cartago fue reducida a cenizas. Sus tierras fueron aradas durante 17 días con sal, para hacerlas yermas. Las otras ciudades africanas que los apoyaron, corrieron la misma suerte. El germen de Cartago jamás volvería a florecer. Amigos, es así como se extermina una civilización.