MUNDO MACHANGO

SITHIS: LA HEREJÍA


Con la expansión de la humanidad a través de las galaxias, se produjeron innumerables e inevitables contactos extraterrestres. Aunque muchos de ellos fueron pacíficos, otros tantos fueron hostiles. Eso llevó a los humanos a desarrollarse militarmente, en pos de conseguir un ejército poderoso y eficaz para mantener controlado al enemigo. 

Pero ocurrió que el viaje a través de las estrellas despertó un enemigo mucho más fuerte que cualquier raza mortal: el espacio disforme, una especie de puente empíreo por el que atravesar distancias impensables plegando el espacio-tiempo, que constituyó la condenación definitiva para la raza humana. Pues aquel lugar estaba habitado por el más cruel de los males. Era el dominio de dioses oscuros terriblemente poderosos y de sus vástagos, criaturas de pesadilla ávidas de destrucción.


La humanidad comenzó a perder el terreno ganado. Sus fuerzas se debilitaban. Había guerra por doquier. Fue entonces cuando surgió un hombre capaz de controlar la disformidad, que cambiaría el curso de la historia. Lo llamaron el Emperador. Él mismo unificó el disgregado legado humano bajo el estandarte del Imperio, creó un ejército de superhombres dividido en legiones a los que más tarde se daría en llamar los Marines Espaciales, y de su propia semilla genética nacieron los primarcas, destinados a liderar semejante poder militar. Veinte primarcas, veinte legiones fieles a su nombre. 


Pero a causa de un accidente, o por el maligno influjo de los dioses del Caos, todos los primarcas fueron a parar dentro de sus cápsulas a planetas muy diferentes, que distinguirían sus personalidades y aptitudes en el futuro. El Emperador tuvo que buscarlos uno a uno a través de la galaxia, hasta que por fin pudo reunirlos, contarles quiénes eran y ponerlos a su servicio como líderes de sus legiones de supersoldados.

Sin embargo, algunos de esos primarcas ya habían sido tentados por los poderes del Caos. Aún así, los lideraron sus legiones y ganaron innumerables batallas para la humanidad, sin que el Emperador sospechara nada. 


Fue poco después de la Caída de los Eldar, cuando el estallido de almas vio nacer al cuarto poder del Caos, cuando uno de ellos se rebeló. Horus, el hijo predilecto del Emperador, líder de los Hijos de Horus, pareció enloquecer y arrasó el sistema Istvaan por completo. 

Cuando el Emperador quiso hacerle entrar en razón, estalló una terrible guerra civil. Cuatro legiones más, los Devoradores de Mundos, los Hijos del Emperador, la Guardia de la Muerte y los Mil Hijos traicionaron al Emperador y se volvieron del lado de Horus. Durante esta ciclópea guerra civil, el hijo predilecto demostró ser casi tan magnífico como su padre en cuanto a estrategia militar y valor, y puso contra las cuerdas a las tropas leales. Sin embargo, la guerra se hacía larga y en desgaste, Horus sabía que nada podría hacer. De esta forma planeó un golpe maestro: asaltar la Sagrada Terra, capital universal del Imperio de la Humanidad.


El ataque de los traidores cogió por sorpresa al Emperador, que tan sólo contaba con tres legiones: Los Ángeles Sangrientos, los Puños Imperiales y los Cicatrices Blancas. El asedio al Palacio donde se hallaba el Emperador duró innumerables días de constantes bombardeos, asaltos y combate sin cuartel. Pero cuando todo parecía perdido, aprovechando que los escudos de la nave orbital desde la que Horus coordinaba el ataque, el Emperador intentó una táctica desesperada: junto a Rogal Dorn, primarca de los Puños Imperiales, Sanguinius, primarca de los Ángeles Sangrientos y un grupo de elite de los marines espaciales, se teleportó al interior de la nave de Horus para descabezar el ataque. 


El grupo de contraataque se dispersó por la lúgubre nave de Horus. Rogal Dorn se perdió entre sus malignos muros laberínticos. Pero el Emperador encontró a Horus. A sus pies yacía Sanguinius, sin vida, que lo había encontrado antes. El Emperador y su hijo traidor lucharon en un combate terrible. Y cuentan que el Emperador, en un último soplo de vida, aprovechando una brecha en la armadura de Horus que había conseguido hacer Sanguinius antes de morir, hundió su espada sagrada en el pecho del traidor. 

Todo había terminado. Los ejércitos leales a Horus huyeron en desbandada y juraron odio eterno a las legiones leales. Terra había sido salvada, pero a un precio muy alto. Pues cuando Rogal Dorn llegó junto al Emperador, éste se hallaba sin vida. 

Entonces mandó construir en Terra una máquina de soporte vital que permitiera al Emperador no morir del todo y permanecer a medio camino entre el mundo de los vivos y el de los muertos. A esa máquina se la conoce como el Trono Dorado, y en él se sienta el que una vez fue el gran Emperador de la Humanidad, hoy en día adorado como un dios.